sábado, 11 de septiembre de 2010

Catador De Bares (reeditado)

Camino despacio por la vereda, como ahorrando energía. Enciendo un cigarro que reposaba en mi mano desde hace ya un buen rato, seguro él estaba esperando con ansias este momento debido al frío del exterior y la falta de la compañía del resto de sus amigos. Nada nuevo por acá, tal parece. Estas calles ya se me hacen demasiado conocidas, mis pies se mueven por instinto y mi mente desvaría en otros lugares. Mis ojos se pierden entre las luces de neón, el viciado ambiente exterior, los ojos de una que otra mujer que intercambia miradas con este viejo lobo estepario, listo y dispuesto para el ataque. Todavía no pierdo la costumbre, como un cazador experimentado todavía mi ataque es potente, certero. Mis energías son todavía las de un jovencito impetuoso, mi experiencia la de un anciano de piel curtida y mi presición la de un mercenario bien entrenado. Tan solo necesito un poco de combustible para afinar esta maquinaria, para engrasar los engranajes, prenderle fuego a mi alma con un vaso de espíritus. Acá cerca hay un bar. Creo que ya es tiempo, me vendría bien un trago.

Diviso desde afuera el interior dando un breve vistazo. Casualmente. No quiero dar una impresión equivocada (menos aun si adentro hay alguien que conozco). Me gusta lo que veo, siendo tan temprano lo unico que necesito es una banca vacía en la barra, un poco de buena musica y el resto realmente me importa una mierda, una vez entrando en calor puedo hacer lo que me dé la reverenda gana y salir airoso. Muy bien, entonces ahora me dirijo hacia la puerta. En ella esta parada un gorila (de esos de espalda plateada) vestido de traje y corbata custodiando celosamente la entrada. No me intimida. Siempre logro entrar de alguna forma. Busco el momento perfecto cuando lo veo ocupado, y me escabullo sigilosamente para entrar sin demora, raudamente cruzo el local y me dirijo al primer banco vacío que veo, justo en la barra. Pido una cerveza. Veo la lista de precios fugazmente... es altísimo, demasiado. Pero que mierda, da lo mismo, en el mismo momento que veo aquella cerveza tan cerca de mis manos se me olvida instantáneamente su precio. Rápidamente la agarro y un trago enorme se desliza por mi garganta, acaricia suavemente mi paladar con su tono ácido, amargo y refrescante. La sensación de aquel elixir haciendo el amor con mis labios y mi garganta es más que suficiente. Cierro los ojos, disfruto unos momentos el efecto que produce en mí. Todo el mundo se apaga, desaparece. Estoy solo una vez más. Luego, abro gradualmente los ojos y el sonido va aumentando a mi alrededor, aparecen las personas de una a una y vuelve todo a la normalidad.

Pasan unos sorbos más en silencio. Me distraigo de mi vaso, veo a mí alrededor casualmente y una mujer de pelo rubio me hace una seña. Le correspondo el saludo y tomo otro sorbo. "Todavía no", pienso. Me pregunto como se llamará... nunca fui bueno adivinando nombres, generalmente no necesito ni saberlos, tan solo de vez en cuando se los pregunto para hacer algo de conversación. Ella se ve como una chica con clase, alta, esbelta y estilizada, un aura de soberana la rodea, como si fuese dueña de todo el lugar, mirando al mundo bajo sus hombros. Debe ser algún nombre conodico pero inusual. Tal vez se llamaba Carla... tal vez Magdalena. Sí, sin duda alguna su nombre debe ser Magdalena. La observo de reojo, jugueteando con la aceituna en su martini. Yo, tomo otro sorbo de mi habitual cerveza, no entiendo nada de tragos mezclados. Desvío la mirada breves segundos, mis ojos son guiados hacia una cierta persona. Una pelirroja, que se sitúa en la barra a unos tres bancos de donde estoy. Estoy interesado, algo intrigado. Alzo mi jarra y le digo al barman que le sirva un trago a la recién llegada. Ojalá Magdalena no me este viendo. Pago otra vez un precio exagerado por mi extravagancia, tampoco parece importarme demasiado. Espero alguna señal, entonces veo al barman entregarle el trago a ella, le dice unas pocas palabras y me señala con una sonrisa (buen hombre, sabe entregar un trago con estilo). La pelirroja me saluda y se aleja de la barra, entonces la veo perderse entre la multitud, con una cara de sorpresa en mi rostro. ¿Qué mierda paso aquí?... Mi reino, mi reino por un caballo, mi fortuna se desvaneció ante mis ojos sin tener la oportunidad de lograr nada, ¡lo perdí y listo! ¡Se ha ido! Donde estas Magdalena, me siento débil y te necesito aunque sea en la distancia, no me digas que te fuiste en manos de otro hombre que te ofreció un trago a ti y no a una pelirroja cualquiera. Te veo cerca de la barra y un hombre te toma del brazo. Lo he visto. Me has destrozado Magdalena. Ya no me importa si tienes clase, si eres o no la dueña del lugar o si tu nombre es Carla o Andrea. Un hombre que vestía una mujer pelirroja del brazo me apunta con su dedo y yo salgo rápidamente, dejando mi cerveza a medio tomar. La gente empieza a gritar, justo cuando un estruendo resuena en todo el lugar. Dejo de caminar y corro presuroso hacia la puerta. Esquivo al mismo portero de siempre y con paso frenético sigo un curso desconocido. Corro sin mirar atrás. Salto un muro algo bajo, y me pierdo entre una calle poco iluminada que de a poco se me va haciendo desconocida. Mi paso se calma a medida que avanzo, ya sumergido en territorio inexplorado. Puedo escuchar el ruido de una sirena acercándose, y por mi lado pasa un camión con luces rojas en su techo. Respiro profundamente, cierro los ojos un momento mientras me detengo súbitamente. Suficiente. Vuelvo a abrir los ojos, prendo otro cigarro (este venia directamente de la caja) y sigo caminando. Unos metros mas adelante diviso un bar. Creo que ya es tiempo, me vendría bien un trago.



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© Hernán Pumarino // Pseudohumano Artworks

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