viernes, 25 de mayo de 2012

Medianoche

Saben, solían gustarme los vampiros. Digo, solía leer muchas novelas. Cuando por primera vez llego a mis manos un ejemplar de la novela "Crepúsculo", pase horas, interminables horas, con dicho libro pegado a mis manos. No comí, no dormí, no tome nada, no fui al baño, ni siquiera fui a clases (y eso que soy profesora). Nada, y lo digo nada, me separo de la lectura desde el primer párrafo hasta pasada la última palabra y llegado el agridulce punto final del último capítulo.

Una vez termine el libro, me detuve, baje el libro, y mire al techo. Sentía algo distinto. Tenía una sensación de que había descubierto algo hermoso, fantástico, que había cosas mas allá de lo que podía ver. Sentí entonces un leve frio, sentí como una mano me tomaba por la cintura y otra mano, mas tentadoramente, se cerraba alrededor de mi nuca. Sobre mi piel pude percibir un frio aliento con olor a muerte, luego un agudo dolor de dos colmillos atravesando mi frágil cubierta para dejar escapar mi vida, mi esencia. Y me imagine en los zapatos (y colmillos) de un vampiro. Me imagine con fuerza sobrehumana, con velocidad inimaginable. Mis sentidos habían sido extrañamente agudizados por este descubrimiento. Los colores, oh, los colores se veían tan vivos, radiantes, hermosos. Hasta el bouquet de rosas marchitas, que descuide en mi ausencia del mundo real, se veía tan trágicamente y frágilmente bello. Los olores también eran más fuertes. Ahí fue cuando me di cuenta que había dejado el horno encendido, y lo que antes era un hermoso prospecto de cena consistente en carne con papas ahora era tan solo un pedazo negro de humeante e irreconocible carbón. Me atreví incluso a probar dicha "cena" para probar mi nuevo sentido del gusto. Pero antes de siquiera echarme bocado a la boca, me dije a mi misma 'tonta, eres un vampiro, no puedes comer estas cosas'. Por lo que, tras un ligero segundo de consideración, una reveladora verdad llego a mi mente: Si debía vivir como vampiro, iba a tener que hacerlo. Iba a tener que probar sangre.


Pero la sola idea me daba asco, repulsión, ag., me sentía terrible. Jamás en la vida habría pensado en matar a la más pequeña e inocente criatura, amaba a todos y cada uno de los seres vivos de esta tierra. ¿Y ahora tendría que matar, con mis propias manos, a una persona? Me dio pánico. No podía hacerlo. Pero tenía que hacerlo si quería seguir con vida, si quería sobrevivir, si quería tener siquiera la oportunidad de explorar esta nueva vida que se me había otorgado. Quería recorrer las noches veloz, invisible ante los ojos del mundo mortal. Quería mirar la luna, ver lo que nadie podía ver. Quién sabe, tal vez podría mezclarme con mas personas de mi especie, hasta podría conocer a un bello vampiro que me amara, que fuera capaz de dejar todo por mí, de hacerme sentir, de alumbrarme con su espectral brillo plateado. ¡Ay, si solo la idea me daba cosa! Así que por eso, por ese motivo, tenía que hacerlo. Ahora era cuestión de vida o muerte.

El momento de mi decisión no pudo ser más oportuno, puesto que tan pronto salí de la cocina, escuche el timbre sonar. Con mi paso ligero de vampiresa me acerque al visor de la puerta sin emitir sonido alguno, mire con mis espectaculares ojos nuevos, y distinguí a mi potencial primera víctima: Era el cartero.

Venía con una misteriosa caja, que estaba en su moto, la que estaciono al principio de la entrada. Entonces, elabore mi plan de ataque. '¡Pase!', le grite desde adentro, entonces, lo vi retroceder para buscar la caja, abrí la puerta, luego me escondí detrás de una pared. Me concentre con todos mis sentidos, pensando nuevamente, dudando si esta era la decisión correcta. ¿Valía la pena tomar una vida? Pero inmediatamente dije '¡Si, claro que vale la pena, todo por conocer a mi Edward!', así que en cuanto entro mi víctima, tome un jarrón que tenía a mano y arremetí velozmente contra él. Pero por desgracia mi ataque fue demasiado rápido, por lo que no alcance a impactar al cartero y me vi pasarlo directamente de largo, dando estrepitosamente contra una pared, dejando escapar el jarrón de mis manos, para que después este hiciera '¡crac!' justo en el momento en que se rompía sobre mi cabeza.

No supe que paso después.

Unas horas más tarde, cuando retome la conciencia, estaba en el hospital. Tenía una venda sobre la cabeza y no recordaba nada después de mi trágico error. El doctor me dijo que un amable cartero me había traído hasta acá después que me vio desmayarme en la entrada. También dijo que me escucho llamar el nombre de un tal "Edward" mientras me iba quedando inconsciente. Los doctores dijeron que me habían hecho exámenes que no habían encontrado nada fuera de lo normal, pero seguirían investigando para saber que paso. Entonces, le pregunte '¿Nada fuera de lo normal? ¿Nada?'. 'No, nada. Tus exámenes de sangre, presión, todo, están limpios'. Mi maldición ya se había terminado. No había mejor sensación que ser humana de nuevo.