domingo, 10 de octubre de 2010

Ángel de la Muerte - Reeditado

Gabriel en toda su vida ha tenido mucha suerte con los accidentes, en cada uno que se ve involucrado resulta totalmente ileso. Han sido situaciones inexplicablemente favorables para él, se ha visto envuelto en explosiones, accidentes de transito, derrumbes- bueno, ya deben entender la idea. Pero mala suerte en otro aspecto muy importante, muy mala suerte. Porque cada vez que le ocurren estos accidentes, alguien cercano a él se lleva la desgraciada suerte, y muere a su lado. Gabriel creció como una persona común, con una cierta cantidad de amigos, familia cercana, unas cuantas "pretendientes"... lo tipico. Pero, desgraciadamente, a medida de que fue creciendo estos "accidentes" continuaron sucediendo, llevándose uno a uno a sus seres queridos, desde los más cercanos hasta los menos conocidos por su persona. Las personas que lo conocían (y sobrevivieron) se dieron cuenta pronto de lo que pasaba, y al cabo de un tiempo la gente lo miraba como si la sangre de todas esas personas estuviera embarrada en su cara. Un aura negra lo rodeaba. Ni jardín podía tener, sus flores se secaban y morían con una rapidez inimaginable. Su fama de "Ángel de la muerte" lo acompañaba en cada vez más lugares, casi como si colgara un letrero en su cuello que dijera que todo aquel que lo conocía, mejor tuviera cuidado. Y fueron surgiendo numerosos rumores, naturalmente, en torno a su sombría figura. Con esta reputación tatuada a fuego en su espalda continua viviendo y se desarrolla como una persona asustadiza, temperamental, y con miedo claro, siempre con miedo. Es algo que en su vida adulta se hace cada vez más frecuente, más pesado. Es algo que le consume el alma de poco a poco. Tiene pesadillas todas las noches con la gente que ha visto morir, en el día sueña despierto con las mismas personas. Hasta si se escucha con atención, dentro de su casa, se puede oír alguien rasguñando las paredes, gritando casi sin aliento, caminando por el viejo y crujiente suelo de madera pulida. Gabriel se mueve de forma sombría por las calles de la ciudad, como un muerto en vida, un alma en pena, asumiendo su destino de “cegador de almas”. La esperanza esta lejos, su humanidad se desvanece.

Imagínense un día cualquiera. En medio del invierno, en esos días donde el cielo está un poco opaco, donde parece que en cualquier momento comienza a llover pero las nubes no se animan, ni una gota cae. En uno de esos días, uno de esos mismos días, es donde se le ve a Gabriel caminar con paso presuroso. Sigue su rumbo por pasajes desconocidos, sin mayores contratiempos ni maravillas, dando largas zancadas con sus escasas piernas. Se detiene, saca el reloj de su bolsillo y mira la hora. Una gota alcanza el reloj, luego otra alcanza sus lentes, se han manchado. Busca entonces una servilleta para limpiarlos, pero al no encontrar ninguna, mira a su alrededor, ahora buscando una tienda cualquiera. Sus ojos cruzan la calle, mirando. Súbitamente, sucede. Sus ojos, sus latidos, el tiempo mismo: Todo se detiene. Al otro lado, cruzando la calle, esta la mujer más hermosa que haya visto en su tormentosa vida. Algo en el despierta, se prende. Sus ojos ven la esperanza perdida, la luz ya oculta, los días alegres idos como polvo en el viento. El cielo se aclara. Inconscientemente cruza la calle, se acerca, la mira breves segundos y entonces pregunta: "ehm... ¿Tienes un pañuelo? Mis lentes se...", dice, y no le quedan más palabras. "¿Eh?... ¡Ah, sí! espera un segundo, creo que...", responde ella. Hurga en su bolso un rato, y saca un pañuelo de seda bordado. Unos segundos de silencio, para palpar la expectación que surge de cada uno hacia el otro, un momento de esos que solo se viven una vez en la vida si se tiene suerte. Inician una conversación, la magia es mutua. Pasan los días, semanas, meses... Aprenden a conocerse. Gabriel libera su lastimado ser, bota las precauciones que antes eran validas, ahora son insuficientes e innecesarias. La vida nunca se vio mejor para ninguno de los dos. Son uno para el otro. Ella lo entiende, pues su vida tampoco ha sido muy fácil. La calma pasa a formar parte de su vida. Por un largo tiempo las pesadillas parecen acabarse.

Ya han pasado unos meses. Calmos los días, igual su animo que se recupera lentamente. Pasa a ser todo parte de la rutina, de una rutina que se ha vuelto el sustento vital para este antes debilucho hombre (ahora fortalecido y renovado), llamado Gabriel. Un día, caminando de vuelta a su casa, algo sucede. Una idea cruza por su mente, entonces se detiene súbitamente en medio de un cruce peatonal. Un auto frena de golpe para evitar arrollarlo, el conductor frenéticamente toca la bocina y grita a viva voz para que Gabriel reaccione y se mueva de en medio, los autos se apilan atrás de este, surge el caos, el ruido es insoportable. Pero Gabriel parece ni inmutarse. Es más, el no puede escuchar nada más que su propia conciencia llegando a una terrible conclusión... "La verdad... Nada es tan fácil". Se da cuenta entonces que su instinto esta lejos de equivocarse. Súbitamente, así como se acabaron sus tormentos, el fantasma de su inevitable destino vuelve a aparecer. Ese día llega a su casa sin decir palabra, sin siquiera pestañear, moviéndose como un sonámbulo logro apenas volver, pasando inadvertido por quien sabe cuantos otros cruces peatonales, irritando a quien sabe cuantos otros conductores iracundos. Es otro tipo. La angustia lo corroe, es fácil pensar en lo que ha pasado con todos sus cercanos, y lo que sin duda podría pasarle a esta nueva persona en su vida. Su esposa, claramente. Los días siguientes, los vive en estado de alerta. Siente a la muerte nuevamente acechando su cabeza, camuflándose en su sombra, alimentándose de su futuro y sus esperanzas. Comienza a perder el sueño. Su día gira en torno a sus acciones, siente el peligro en cada una de las cosas que hace. Teme por la vida de su amada, y la paranoia guía sus intenciones. Hace cuanto puede para evitar los riesgos. Intenta desesperadamente alejarla de cualquier peligro. Su esposa, no menos extrañada por su bizarro comportamiento, lo observa un día quitándole el filo a todos los cuchillos de la casa. Preocupada se acerca, le pregunta despacio “¿Qué está pasando?”. Gabriel deja de moverse. Baja los brazos. Lentamente se da vuelta, la mira con preocupación y sus ojos rojos comienzan a temblar. Habla, por fin, y dice: “Está pasando de nuevo.”.

Un día en la mañana, la rutina de cualquier persona normal. El y ella en el auto, Gabriel conducía. Su atención estaba enfocada en el camino y su mente desvariaba con las tragedias pasadas. Cada vez con menos horas de sueño en el cuerpo. Cada vez con menos animo para enfrentar la rutina... Ya no podía más, sus energías estaban más que consumidas. “No importa” piensa en voz alta. “Sigue la ruta, no pienses en nada más, cuanto más pienses en ello mas pronto va a ocurrir”. La tranquilidad inunda sus venas como morfina, calma que llega casi contra su voluntad, adormeciendo hasta la ultima molécula de su existencia. "Eso es, sigue adelante... ¡Ya falta poco para terminar el recorrido!". Gabriel siempre se alegraba en esta parte. La ultima curva y habrían llegado. Dobla suavemente con el volante, pero... el mundo se congela. “¿Qué está pasando?”, pregunta. Algo no anda bien. Después de observar el entorno, se da cuenta. Su sangre se congela. Sus ojos responden, y ven el peligro, pero sus brazos están completamente fríos. Su auto es victima de un choque frontal con un camión que cruzo en luz roja. El destino es inevitable. Por la mente de Gabriel cruzan miles de imágenes en lo que dura un parpadeo. Siente el impacto moverlo todo, una sacudida violenta que lo deja inconsciente con su mente flagelándose entre la duda y la desesperación. Sus ojos se cierran, lentamente.

Recupera la conciencia segundos después del impacto. Está desorientado. Intenta hacer memoria de que es lo que paso. "¿Por qué estoy... sentado acá?". "Hay humo por todos lados...". Entonces, se da cuenta. "Choque... ¡Chocamos!". La sangre se le hiela. "Ella esta en el auto". Su corazón da un vuelco al pensar en su amada. No puede abrir los ojos del todo. Hace un esfuerzo en voltear la cabeza hacia el asiento del copiloto. Tarda unos segundos en analizar la escena. "Por favor, ella no... ella...". Volviendo en sí, se da cuenta que ella esta perfectamente bien. Verla ilesa alivia su conciencia. Siente deseos de gritar de alegría, llorar y abrazarla pero... Pero a la vez, da cuenta de que algo andaba mal. Ella se da vuelta para ver a Gabriel, y lanza un grito de horror tan fuerte que nadie no puede escucharlo. "¿Algo no anda bien?", piensa Gabriel, mientras su mano recorre su cuerpo. En su pecho hay algo extraño. Algo frío, ajeno a él. Un pedazo de metal había atravesado su pecho. La sangre brota imparable. Gabriel quiere gritar, pero su voz ya se ha desvanecido. Ni ella ni nadie lo pueden salvar. Sus ojos se cierran ahora para siempre. En tan solo unos minutos, la ultima gota de sangre cae de su ya extinta persona. Gabriel ha muerto. Por primera vez el Ángel de la Muerte sufre su propio cruel destino. Y su amada estará viva. Pero ahora ella carga con su mala suerte.



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© Hernán Pumarino // Pseudohumano Artworks

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