viernes, 25 de julio de 2014

Bien se sabe que la vida de los monjes es sacrificada. Por eso, es dificil plantearse como seria la vida de un monje budista en este mundo tecnológico, en pleno comienzo del siglo XXI, con todos los lujos y distracciones que la modernidad ofrece. Bueno, para ellos es algo normal, del día a día, para nada tabú. Tienden a lidiar entre ambas cosas, con la estricta disciplina que su oficio requiere, y los ratos de ocio en ligeras banalidades. Entre los niños, recién iniciados, esto es más habitual. Comunmente se puede ver grupos de niños rapados de hábito tomando coca-cola, escuchando musica, jugando y conviviendo con la tecnología, incluso a veces más seguido de lo permitido. Por eso me fue raro, en mi visita al templo de las deidades, ver a uno en particular que no gozaba tanto de los mismos lujos. Mas bien, en sus ratos libres, parecía seguir con la misma rutina de reflexión, ensayando mantras, posturas de meditación, escribiendo reflexiónes en una pequeña libreta. Los otros niños no se mofaban, no lo ridiculizaban ni condenaban, tan solo parecía fuera de lugar. Pienso de cuando en cuando en ese niño, tan disciplinado, concentrado. Tan enfocado en alcanzar la iluminación. Y en como yo, miles de metros lejos de allá, parezco día a día más alejado de un camino al que pueda reclamar como propio, blandiendo mis inseguridades al viento en un remolino, subyugado ante el caos de mi mismo, rendido al azar. A veces me gustaría ser como él: Una entidad que no tiene otra cosa en la vida que seguir el camino que le alumbran las estrellas. Un ser cuyo objetivo yace y termina en si mismo. La paz absoluta.

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