hasta el día en que alguno de los dos
vuelva a sentir amor por cualquier otro.
El amor es hermoso aun como juego."
- Extracto de 'Broadway', José María Fonollosa
Después de pensarlo un rato, me concentré en hacer de dicha idea algo más que eso, sino algo que iba a hacer. Estaba decidido ya. La situación en casa no era de lo mejor. La Sandra no me da bola, hueón, y realmente algo extraño hay en eso. Asi que, anticipándome a cualquier eventual desenlace de lo que pudiera pasar en mi casa, me puse en la cabeza la idea de pasar por ahi, por ese barcito, ese cuartucho misterioso de vidrios polarizados. Ese enigmático oasis de delicias desconocidas, de emociones inesperadas. Nunca lo he hecho. Nunca he tenido las ganas, o el tiempo, de adentrarme en dichos ambientes, para mí era algo tan salvaje como zarpar con un barco hacia aguas esconocidas, dirección el abismo, el límite del mundo de los hombres. Se me aceleraba el pulso de solo pensarlo. Cuantas veces he pasado por ahí, muchas veces haciéndome el loco, sin caer en cuenta de qué yacia detrás de esas puertas. Otras, simplemente tuve unas ganas irremediables de mandar todo a la cresta, los habitos moralistas, la verguenza, el pudor, todo para entrar en dicho santuario de lo impenetrable. Dicha fortaleza desprovista de la mano de Dios (del Dios que se nos inculca a la fuerza en este país), aquel vasto templo erigido hacia el morbo y la degradación del ser humano. Temeroso estuve, durante todo este tiempo. Pero sin duda estuve más intrigado que nada. Ese placer de romper las barreras de lo prohibido a veces nos llama más fuerte que nada.
Tenía previsto pasar despues de la pega. Era viernes, le dije a Sandra que me había salido algo con el proyecto que tenía pendiente. "Lo siento amor, pero si no soluciono esto, puta, ya sabi, el Claudio se pone hueón con estas cosas", le decía. "Si gordo, tranquilo, yo te voy a estar esperando igual, eso si no me arranco a otra parte, jajajá". "Jajajá que vai a hacer, contratar un vedetto?", respondí, de manera tan natural que no lo creía. Si lograba salirme con la mia, eso estaba por verse. Pero estaba dispuesto. Realmente ya me importaba nada lo demás. Y así como pude dar previo aviso de mi coartada, desde ese momento empecé a vivir una cuenta regresiva. Un infartante tic tac, continuo, incesante, un goteo entrecortado que taladraba mi sien.
El auto lo podia dejar, convenientemente, estacionado dentro del mismo edificio. La empresa trabaja hasta tarde, y con el tiempo que llevo aquí, no causaba extrañeza que me quedara un poco más tarde finalizando detalles, o simplemente compartiendo un café con alguien, haciendo vida social. El local quedaba a dos o tres cuadras. Saliendo de mi oficina, me dirigí inmediatamente al baño. Me vestí de civil, retoqué en mi cabello, mi aliento, todo lo necesario sobre mi apariencia. Me quité el anillo, lo guardé en mis zapatillas para que no se extraviara. Para evitar levantar sospechas, tenía una chaqueta que, comodamente, tenia bolsillos amplios. Entonces, salí del piso en dirección hacia la entrada principal, con ambas manos escondidas. Caminando hacia afuera le dije a Don Sergio, el portero, que volvía en seguida. "Me dieron ganas de buscar un cafecito, se le ofrece algo compadre?". Su respuesta fue negativa, un gracias, palabras amables entre medio, y estaba en la calle. Empezaba mi aventura.
Fui dando pasos certeros, imponentes. Caminaba con desición, pero, al mismo tiempo, vigilaba sobre mi hombro con cautela. Tenía hasta una ruta planeada. Me pasaría brevemente por la cuadra anterior al "café", para tantear bien el terreno y evitar encontrarme con "testigos sorpresa". Una vez en la recta final de mi ruta, tenía vista clara de mi objetivo. Ahi se posaban vitrales largos, negros, con un sugerente letrero de neón sirviendo de aureola. Un tipo en un banquito de bar custodiaba la entrada, cual minotauro de laberinto, leyendo el diario en silencio. Era el momento justo para hacer mi entrada.
Empuje las puertas corredizas, moví la perciana negra que les sucedía, todo para encontrarme con un cuarto casi vacio. Tenia espejos a los lados, dos barras, una en cada costado. La caja se encontraba en una esquina y, cerca de ella, solamente una mujer ahí se situaba desocupada. Era joven, de pelo oscuro con reflejos castaños. Usaba un diminuto bikini con tonos verde fluorescente. Su piel blanca, lozana, parecía de seda y sus caderas me llamaban con el ritmo de la música. No tardó en girarse y hacer contacto visual conmigo, esbozó una sonrisa, se me acercó, y me saludó con un beso en la mejilla. "Hola, que se te ofrece?", me dijo. Le pregunté que habia, entonces me ofreció un café, y yo lo acepte con gusto. Me gustó su voz, tenia lindo rostro además. Inmediatamente se me hizo "diferente" a lo que creía como "mujer de café", se me hizo amena, agradable, de caracter ligero. Sensualidad subliminal, escondida como fuego bajo su piel, de esas que explotan con el tacto indicado. Me ubiqué en un lugar de la barra, sentado en un banquillo, esperando mi orden. Breves momentos después, había llegado a mi. Le espolvoreó una pizca de canela encima, me lo ofreció con un gesto, yo le dije "gracias". Segundos después, me dice "Vas a querer compañía?". Y yo, sin saber exactamente a que se refería, le pregunté sin mucho reparo. "Bueno, si quieres que yo me quede aca para conversar, para que te de un baile o cualquier cosa así, serian dos mil para invitarme algo y que te acompañe" Le dije que sí, que me gustaría contar con su compañia, así que ella fue a buscar algo para servirse y dar aviso en caja. Volvió con un vaso diminuto de jugo.
"Me llamo Musi", dijo, "Y tu?". "Fabián", respondí. Después de breves vanalidades, logró hacer que me distendiera un poco. En un momento volvieron a mí sus palabras anteriores. "La verdad es que soy nuevo en esto", le dije, "Si, me parecía", respondió, sonriendo. "Ya te han dicho lo mismo?" acoté bromeando, con una pequeña gota de seriedad. "No, pero esta bien, si hay que probar de todo en la vida", dijo. Sus ojos me miraban profundamente, y durante una pequeña fracción de segundo, pude sentirlo. Un click, electricidad, puse mis manos sobre su espalda descubierta, apenas rozando su piel. Sentí estática. Deseo. "Entonces, quieres que te baile, verdad?" Me dijo juguetona. "Por supuesto", acepté.
Rápidamente, puso sus manos alrededor de mi cuello, su nariz pegada a la mia. Empezó a moverse con un vaivén continuo, acercándose cada vez más a mi. Con las yemas de los dedos, recorría su espalda, sus costados, en movimientos circulares, yendo desde sus hombros despacio, muy despacio, hacia la parte más baja de su espalda, tomandome mi dulce tiempo en recorrer este nuevo paisaje que se me había abierto. Podía sentir su respiración junto a la mia, fue corto el tiempo hasta que nos acopláramos y comenzaramos a subir, tan majestuosamente como un cóndor se alza en los cielos. La primera parte fue solo eso, descubrimiento, tímida seducción en un juego tan antiguo como lo es la vida. Pasó entonces a voltearse, se sentó en mi regazo despacio, mientras mis manos iban de sus piernas a su vientre, acariciando cada contorno como si fuera mio, cada detalle, cada curva. Comenzó a menearse sobre mi, apoyándose en mi miembro en continuo roce, abriendo paso al salvaje recorrido que me esperaba. Disfrutaba en absoluto silencio cada segundo que se me otorgaba para esto, para deleitarme de su cuerpo. Poco a poco, el ritmo fue subiendo. La reacción fue inesperada, pero sin duda bien recibida. Se acoplaba a mi ritmo de manera perfecta, subiendo y bajando al compas de mis latidos, cada vez más agitados, agitando mi respiración, reaccionando a mi tacto haciendome pensar que ella también lo estaba disfrutando. Quizas fue un minuto, quizas dos, de los minutos más largos de mi vida, desvividos segundo a segundo con un placer que hace mucho no lograba sentir. Entonces, terminó todo, ella se dió vuelta para mirarme y exhaló de golpe, de forma agitada. Se abanicaba con la mano, entonces me miró y fue inevitable dejar escapar una sonrisa. Ella también sonreía.
"Bueno, se acabó el tiempo pero si quieres pedir otro baile...". Entonces decidí ir un poco más allá. "Y algo un poco más que un baile, se puede?", pregunté, mi interés era evidente. Estaba embelesado. "Pucha, algo asi como atención privada yo no hago. Tengo compañeras que si, pero yo solamente atiendo acá, en el salón", respondió. "Entonces, creo que me gustaría otro baile", señalé. "Ya, vuelvo en seguida entonces", dijo, para luego retirarse y volver con el mismo vaso diminuto, relleno.
La segunda ronda empezó diferente. Ahora ya sabía que iba a pasar, así que quise tomar más desición. Inmediatamente se acercó a mi rostro, como antes, dejándose caer tímida pero seductoramente cerca mio, anticipando la tensión del momento, atrapando esas ganas que sentí y que, probablemente sentíamos, de callar la música y entregarnos con un beso. Ahora, con mis manos más firmes sobre su cintura, la seguía, luego la guiaba, aproximaba sus movimientos a mi cuerpo. Nuestra respiración se acoplaba, agitándose, siguiendo el ritmo de un amor tan fugaz como deslumbrante, como un cometa, como fuegos artificiales. Nuevamente, dio media vuelta y posó su cuerpo sobre el mio. Ahora el movimiento era mas cercano. Empezamos despacio, igual que antes, de a poco se nos fue de las manos y dimos espacio a la lujuria. Se movía de manera exquisita, para mi fue natural agarrarla decididamente, apretarla contra mi, subir las manos, acariciar sus pechos y jugar con su sostén, primero rozando las costuras, luego agarrándolos firmemente, masajeandolos mientras la escuchaba gemir en silencio. No fuera que sus jefes se enteraran que era algo más que un "baile". No fuera a pasar que estaba obteniendo algo más que lo que pagué. Pero ahí estaba ella, siguiendome el juego, rindiéndose a mi amor. Cuando se dió vuelta, podia sentir su respiración entrecortada, su pulso estaba igual que el mio. Seguía pegada a mi cuerpo, le agarré el culo para que no se separara, despues de acercarse sola la sujeté de la espalda. Su cuello se acercaba a mi boca con intención de seguir más allá. Sus labios se acercaban peligrosamente al deseo. Fueron, en total, más minutos de los que tuve conciencia. Que me importaba el tiempo, en realidad. Ella se detuvo despacio, sin querer soltar el momento. Gozaba escuchándola respirar, como si hubiera corrido una maratón. Breves segundos despues, se dijo algo así como "Cálmate", de manera muy sutil. Pero yo estaba seguro de haberla escuchado. Sin embargo, ya era el momento de dejarla ir, así que hice lo mejor que pude para tratar de distraer el momento. Pero estaba nervioso. No podía pensar en que decir. "Se me había olvidado que pedí un café", dije. Me miró con una sonrisa pacífica, y dijo "aprovecha, antes que se enfríe". Después, ni me acuerdo que le dije. No lo se, pero luego de finiquitar mi cuenta, nos despedimos, y partí a medias, sin mucho acordarme de como lograba caminar, hacia la persiana que cubría la salida.
Saliendo de ahí, fui derecho a ver donde podía comprar un café normal, para que mi coartada estuviese completa. Cerca había un negocio que todavía no cerraba, compré, volví, y ahí mismo Don Sergio me preguntó amenamente "¿Se quedo conversando, Don Briones?". "Me di el gustito, compadre, total no estoy muy apurado", dije, luego abrí el tema de conversación para cualquier cosa que se me ocurriera. Jugueteaba con el anillo en mi zapato, moviendolo de lado a lado con mi pié, siguiendo la conversación de forma activa. Pero en realidad, mi mente se hallaba en otro lugar. Me imaginé entonces todo lo que había acontecido. Visualicé la idea de la Musi, de que podría pasar si volvía a verla. Una sonrisa se dibujó en mi rostro, hasta maripositas sentía, ¿Qué habrá tenido dicha chiquilla que logró revolver mi corazón como si fuera adolescente una vez más? No lo podía saber. Pero, hasta entonces, estaría nuevamente en miras de tomarme otro café.
Tenía previsto pasar despues de la pega. Era viernes, le dije a Sandra que me había salido algo con el proyecto que tenía pendiente. "Lo siento amor, pero si no soluciono esto, puta, ya sabi, el Claudio se pone hueón con estas cosas", le decía. "Si gordo, tranquilo, yo te voy a estar esperando igual, eso si no me arranco a otra parte, jajajá". "Jajajá que vai a hacer, contratar un vedetto?", respondí, de manera tan natural que no lo creía. Si lograba salirme con la mia, eso estaba por verse. Pero estaba dispuesto. Realmente ya me importaba nada lo demás. Y así como pude dar previo aviso de mi coartada, desde ese momento empecé a vivir una cuenta regresiva. Un infartante tic tac, continuo, incesante, un goteo entrecortado que taladraba mi sien.
El auto lo podia dejar, convenientemente, estacionado dentro del mismo edificio. La empresa trabaja hasta tarde, y con el tiempo que llevo aquí, no causaba extrañeza que me quedara un poco más tarde finalizando detalles, o simplemente compartiendo un café con alguien, haciendo vida social. El local quedaba a dos o tres cuadras. Saliendo de mi oficina, me dirigí inmediatamente al baño. Me vestí de civil, retoqué en mi cabello, mi aliento, todo lo necesario sobre mi apariencia. Me quité el anillo, lo guardé en mis zapatillas para que no se extraviara. Para evitar levantar sospechas, tenía una chaqueta que, comodamente, tenia bolsillos amplios. Entonces, salí del piso en dirección hacia la entrada principal, con ambas manos escondidas. Caminando hacia afuera le dije a Don Sergio, el portero, que volvía en seguida. "Me dieron ganas de buscar un cafecito, se le ofrece algo compadre?". Su respuesta fue negativa, un gracias, palabras amables entre medio, y estaba en la calle. Empezaba mi aventura.
Fui dando pasos certeros, imponentes. Caminaba con desición, pero, al mismo tiempo, vigilaba sobre mi hombro con cautela. Tenía hasta una ruta planeada. Me pasaría brevemente por la cuadra anterior al "café", para tantear bien el terreno y evitar encontrarme con "testigos sorpresa". Una vez en la recta final de mi ruta, tenía vista clara de mi objetivo. Ahi se posaban vitrales largos, negros, con un sugerente letrero de neón sirviendo de aureola. Un tipo en un banquito de bar custodiaba la entrada, cual minotauro de laberinto, leyendo el diario en silencio. Era el momento justo para hacer mi entrada.
Empuje las puertas corredizas, moví la perciana negra que les sucedía, todo para encontrarme con un cuarto casi vacio. Tenia espejos a los lados, dos barras, una en cada costado. La caja se encontraba en una esquina y, cerca de ella, solamente una mujer ahí se situaba desocupada. Era joven, de pelo oscuro con reflejos castaños. Usaba un diminuto bikini con tonos verde fluorescente. Su piel blanca, lozana, parecía de seda y sus caderas me llamaban con el ritmo de la música. No tardó en girarse y hacer contacto visual conmigo, esbozó una sonrisa, se me acercó, y me saludó con un beso en la mejilla. "Hola, que se te ofrece?", me dijo. Le pregunté que habia, entonces me ofreció un café, y yo lo acepte con gusto. Me gustó su voz, tenia lindo rostro además. Inmediatamente se me hizo "diferente" a lo que creía como "mujer de café", se me hizo amena, agradable, de caracter ligero. Sensualidad subliminal, escondida como fuego bajo su piel, de esas que explotan con el tacto indicado. Me ubiqué en un lugar de la barra, sentado en un banquillo, esperando mi orden. Breves momentos después, había llegado a mi. Le espolvoreó una pizca de canela encima, me lo ofreció con un gesto, yo le dije "gracias". Segundos después, me dice "Vas a querer compañía?". Y yo, sin saber exactamente a que se refería, le pregunté sin mucho reparo. "Bueno, si quieres que yo me quede aca para conversar, para que te de un baile o cualquier cosa así, serian dos mil para invitarme algo y que te acompañe" Le dije que sí, que me gustaría contar con su compañia, así que ella fue a buscar algo para servirse y dar aviso en caja. Volvió con un vaso diminuto de jugo.
"Me llamo Musi", dijo, "Y tu?". "Fabián", respondí. Después de breves vanalidades, logró hacer que me distendiera un poco. En un momento volvieron a mí sus palabras anteriores. "La verdad es que soy nuevo en esto", le dije, "Si, me parecía", respondió, sonriendo. "Ya te han dicho lo mismo?" acoté bromeando, con una pequeña gota de seriedad. "No, pero esta bien, si hay que probar de todo en la vida", dijo. Sus ojos me miraban profundamente, y durante una pequeña fracción de segundo, pude sentirlo. Un click, electricidad, puse mis manos sobre su espalda descubierta, apenas rozando su piel. Sentí estática. Deseo. "Entonces, quieres que te baile, verdad?" Me dijo juguetona. "Por supuesto", acepté.
Rápidamente, puso sus manos alrededor de mi cuello, su nariz pegada a la mia. Empezó a moverse con un vaivén continuo, acercándose cada vez más a mi. Con las yemas de los dedos, recorría su espalda, sus costados, en movimientos circulares, yendo desde sus hombros despacio, muy despacio, hacia la parte más baja de su espalda, tomandome mi dulce tiempo en recorrer este nuevo paisaje que se me había abierto. Podía sentir su respiración junto a la mia, fue corto el tiempo hasta que nos acopláramos y comenzaramos a subir, tan majestuosamente como un cóndor se alza en los cielos. La primera parte fue solo eso, descubrimiento, tímida seducción en un juego tan antiguo como lo es la vida. Pasó entonces a voltearse, se sentó en mi regazo despacio, mientras mis manos iban de sus piernas a su vientre, acariciando cada contorno como si fuera mio, cada detalle, cada curva. Comenzó a menearse sobre mi, apoyándose en mi miembro en continuo roce, abriendo paso al salvaje recorrido que me esperaba. Disfrutaba en absoluto silencio cada segundo que se me otorgaba para esto, para deleitarme de su cuerpo. Poco a poco, el ritmo fue subiendo. La reacción fue inesperada, pero sin duda bien recibida. Se acoplaba a mi ritmo de manera perfecta, subiendo y bajando al compas de mis latidos, cada vez más agitados, agitando mi respiración, reaccionando a mi tacto haciendome pensar que ella también lo estaba disfrutando. Quizas fue un minuto, quizas dos, de los minutos más largos de mi vida, desvividos segundo a segundo con un placer que hace mucho no lograba sentir. Entonces, terminó todo, ella se dió vuelta para mirarme y exhaló de golpe, de forma agitada. Se abanicaba con la mano, entonces me miró y fue inevitable dejar escapar una sonrisa. Ella también sonreía.
"Bueno, se acabó el tiempo pero si quieres pedir otro baile...". Entonces decidí ir un poco más allá. "Y algo un poco más que un baile, se puede?", pregunté, mi interés era evidente. Estaba embelesado. "Pucha, algo asi como atención privada yo no hago. Tengo compañeras que si, pero yo solamente atiendo acá, en el salón", respondió. "Entonces, creo que me gustaría otro baile", señalé. "Ya, vuelvo en seguida entonces", dijo, para luego retirarse y volver con el mismo vaso diminuto, relleno.
La segunda ronda empezó diferente. Ahora ya sabía que iba a pasar, así que quise tomar más desición. Inmediatamente se acercó a mi rostro, como antes, dejándose caer tímida pero seductoramente cerca mio, anticipando la tensión del momento, atrapando esas ganas que sentí y que, probablemente sentíamos, de callar la música y entregarnos con un beso. Ahora, con mis manos más firmes sobre su cintura, la seguía, luego la guiaba, aproximaba sus movimientos a mi cuerpo. Nuestra respiración se acoplaba, agitándose, siguiendo el ritmo de un amor tan fugaz como deslumbrante, como un cometa, como fuegos artificiales. Nuevamente, dio media vuelta y posó su cuerpo sobre el mio. Ahora el movimiento era mas cercano. Empezamos despacio, igual que antes, de a poco se nos fue de las manos y dimos espacio a la lujuria. Se movía de manera exquisita, para mi fue natural agarrarla decididamente, apretarla contra mi, subir las manos, acariciar sus pechos y jugar con su sostén, primero rozando las costuras, luego agarrándolos firmemente, masajeandolos mientras la escuchaba gemir en silencio. No fuera que sus jefes se enteraran que era algo más que un "baile". No fuera a pasar que estaba obteniendo algo más que lo que pagué. Pero ahí estaba ella, siguiendome el juego, rindiéndose a mi amor. Cuando se dió vuelta, podia sentir su respiración entrecortada, su pulso estaba igual que el mio. Seguía pegada a mi cuerpo, le agarré el culo para que no se separara, despues de acercarse sola la sujeté de la espalda. Su cuello se acercaba a mi boca con intención de seguir más allá. Sus labios se acercaban peligrosamente al deseo. Fueron, en total, más minutos de los que tuve conciencia. Que me importaba el tiempo, en realidad. Ella se detuvo despacio, sin querer soltar el momento. Gozaba escuchándola respirar, como si hubiera corrido una maratón. Breves segundos despues, se dijo algo así como "Cálmate", de manera muy sutil. Pero yo estaba seguro de haberla escuchado. Sin embargo, ya era el momento de dejarla ir, así que hice lo mejor que pude para tratar de distraer el momento. Pero estaba nervioso. No podía pensar en que decir. "Se me había olvidado que pedí un café", dije. Me miró con una sonrisa pacífica, y dijo "aprovecha, antes que se enfríe". Después, ni me acuerdo que le dije. No lo se, pero luego de finiquitar mi cuenta, nos despedimos, y partí a medias, sin mucho acordarme de como lograba caminar, hacia la persiana que cubría la salida.
Saliendo de ahí, fui derecho a ver donde podía comprar un café normal, para que mi coartada estuviese completa. Cerca había un negocio que todavía no cerraba, compré, volví, y ahí mismo Don Sergio me preguntó amenamente "¿Se quedo conversando, Don Briones?". "Me di el gustito, compadre, total no estoy muy apurado", dije, luego abrí el tema de conversación para cualquier cosa que se me ocurriera. Jugueteaba con el anillo en mi zapato, moviendolo de lado a lado con mi pié, siguiendo la conversación de forma activa. Pero en realidad, mi mente se hallaba en otro lugar. Me imaginé entonces todo lo que había acontecido. Visualicé la idea de la Musi, de que podría pasar si volvía a verla. Una sonrisa se dibujó en mi rostro, hasta maripositas sentía, ¿Qué habrá tenido dicha chiquilla que logró revolver mi corazón como si fuera adolescente una vez más? No lo podía saber. Pero, hasta entonces, estaría nuevamente en miras de tomarme otro café.
0 comentarios:
Publicar un comentario