Desde su jaulita me veían,
a mí no me gustaban mucho,
pero con el tiempo endulzaron mis oidos
con su melodiosa voz y sus ojitos honestos.
Los aprendí a querer,
los alimentaba día tras día,
a veces maldecía despertar temprano
por culpa de su alboroto.
Pero poco a poco se fueron yendo.
Uno tras otro se esfumaron, y en lo que
dura el eco de sus canciones
la jaula se quedo vacía.
Siempre considere una injusticia
dejar a un ave enjaulada.
Era como ponerle barrotes a la libertad.
Y así como llegaron, ya se estan yendo.
Así como su canto se va apagando
me doy cuenta que sin sus sonidos
soy yo el que esta atrapado.
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